sábado, 18 de junio de 2011

"Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente cuanto le importas"

Tiempo atrás leí esta frase: "Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente cuanto le importas". Que cierto es, muchas veces decimos y oímos palabras bonitas, promesas o deseos que alguien quiere llevar a cabo, pero esas palabras nunca se convierten en hechos, se las lleva el viento...y luego se olvidan.
Puede que no se hayan dicho ni de corazón, sino que el momento haga que salgan disparadas por nuestra boca sin llegar a pensarlo porque seguramente no hagamos nada, demasiado esfuerzo..
A veces las acciones que llevamos a cabo cuando queremos a alguien no son las más adecuadas, puede que si para la persona que quiere, pero no para la querida.En esa situación no se sabe muy bien como actuar, el corazón te hace sentir que deberías de hacer algo para que esa persona a la que quieres lo sepa , pero la cabeza te hace recapacitar y te para el corazón en seco para que no muevas cielo y tierra. Seguramente, si nuestra cabeza nos hace reflexionar sobre aquello que debemos o no hacer será porque en el fondo estamos pensando en aquella persona, en lo que es mejor para ella olvidándonos de qué es lo que desearíamos hacer.
Es difícil saber cómo actuar en cada situación y con cada persona que nos rodea, hay que tomar decisiones hacia una lado u otro, lo más importante es pensar en esa persona, en qué preferíria que hicieras.
Las "locuras" por amor o amistad son acciones que hacemos por mostrar a esas personas que les queremos, yo soy muy de hacer "locurillas" o cosillas para mostrar a una persona mi cariño y hacerle saber que es especial para mí e importante, pero ahora... estoy parada, valorando si debo o no hacer algo, pero eso no quiere decir que esa persona no sea importante para mí, sólo que creo que él no querría que hiciese nada en este momento. Su felicidad no soy yo, sino las cosas serían distintas y también me buscaría.
Esta etapa me está haciendo reflexionar mucho sobre mí y mi vida...ojalá termine pronto esta pesadilla y pueda mirarme a mi misma desde otro punto de vista.


Dejo un cuento para reflexionar sobre él:




Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó.
—¿Cuánto ganás, papá? —le preguntó
—Ehhh… ¿cómo? —preguntó el padre entre sueños.
—Que cuánto ganás en el trabajo.
—Hijo, son las doce de la noche, andate a dormir.
—Sí papi, ya me voy, pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?


El padre se incorporó en la cama y en grito ahogado le ordenó:
—¡Te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y menos a la medianoche!! —y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto. A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió contestarle al hijo.
—Respecto de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los descuentos me quedan unos 2.200.
—¡Uhh!… cuánto que ganás, papi —contestó Ernesto.
—No tanto hijo, hay muchos gastos.
—Ahh… y trabajás muchas horas.
—Si hijo, muchas horas.
—¿Cuántas papi?
—Todo el día, hijo, todo el día.
—Ahh —asintió el chico, y siguió— entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
—Basta de preguntas, sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.
—Papi ¿vos me podés prestar cinco pesos?
—Ernesto… ¡¡son las dos de la mañana!! —se quejó el papá.
—Sí pero ¿me podés…
El padre no le permitió terminar la frase.
—Así que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla… Fuera de aquí… A su cama. Vamos.
Una vez más, esta vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó en su cama y le habló.
—Perdoname si te grité, Ernesto, pero son las dos de la madrugada, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
—Si papá —contestó el chico entre mocos.
El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo:
—Ahí tenés la plata que me pediste.
El chico se enjuagó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.
—Ahora sí —dijo Ernesto— llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
—Muy bien hijo, ¿y qué vas a hacer con esa plata?
—¿Me vendés una hora de tu tiempo, papi?.

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